Donde la toba es un lienzo ancestral,
y el pino vigía de porte señorial,
Beteta se yergue, remanso de paz,
en atrio del tiempo con alma especial.
Entre sus muchas callejas de piedra y de luz,
mi estirpe se afianza, mi génesis, mi cruz.
Desde el eco cavernal hasta el cálido abrazo,
son voces de néctar que colman mi ocaso.
Las risas que vibran en el viejo soportal,
las manos que cuidan con mimo leal,
la sabia sentencia, la fe inmaterial,
son savia perenne, manantial de mi caudal.
Villa que respira memorias sin fin,
con Rochafría en lo alto, centinela del confín.
Sus plazas de quietud, sus fuentes que entonan,
la brisa serrana que el espíritu corona.
Cada calle es reliquia, cada alero es afán,
los efluvios de la sierra que vienen y van.
Beteta es el crisol donde mi clan germinó,
el alma del mundo que en mí floreció.
Amigos de tertulia en las noches de estío.
En sus ojos la chispa, en su voz el abrigo.
Son ecos de gozo que el tiempo no olvida,
la mano tendida que amaina la herida.
Linaje, terruño y amistad, la esencia veraz,
en esta Beteta, mi edén de paz.
Unidos en fibras de amor y de luz,
tejiendo la vida, llevando mi Cruz.
Costampla
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