EL PASTOR DE VALTABLADO.- Poema a la Virgen de la Rosa

Éste que en senda camina,
de Andalucía regresa,
trashumante de Castilla,
que partió con sus ovejas,
dejando atrás al invierno,
a su tierra, a su familia,
y a la Virgen del Rosario,
que en sus andares le cuida.

Ruperto púsole el cura,
retoño de Valtablado,
un pueblito en las alturas,
que en alma lleva grabado,
allá nacieron sus padres,
allá pació su ganado,
allá regresa contento,
tras un invierno muy largo.

¿Qué es aquello que relumbra,
al pie de esos rosales?,
no parece sea la luna,
pues no ha caído la tarde,
¡quizás sea un cervatillo
que se acercó a saludarle!,
mas no parece figura,
ni pose de entre animales.

¡Ay madre, que tez tan pura,
bien pareciera llamarme!.

Allá se acerco Ruperto,
embriagado por la brisa,
que emanaba la figura,
aires de miel y dulzura,
le acariciaban sin prisa.

Al pie de lo descubierto,
y evidenciando lo cierto,
presto tomo aquella talla,
y recargó sus espaldas,
adicionando más peso,
sabedor de que llevaba,
a la Madre Inmaculada,
del Salvador de los nuestros.
¡Vaya sorpresa más linda,
que le daré a mi esposa,
una Virgen que entre rosas,
florece como la tila,
y esa mirada tranquila,
la más hermosa entre todas,
seguro que estos aromas,
despertarán su sonrisa!.

¡Mira niña de mis ojos,
lo que porto en las alforjas,
que no es oro, ni tesoros,
ni ajuar de piedras preciosas,
que es la Reina de los Cielos,
que me encontré entre las rosas!.

¡Nada hallé entre las alforjas,
Ruperto, cariño mío,
quizás tu sueño sea un lío,
tras mil jornadas penosas!

¡Que no, mi estrella bonita!,
¡pongo al cielo por testigo!,
¡retorno de nuevo al sitio,
detrás de la Fuente Marta,
que seguro que en la andanza,
ansiando trocar destino,
perdí a la bella dama,
en un rincón del camino!

Y así el paisano Ruperto,
ya aligerado de carga,
volvió hacia el rosal resuelto,
y allá que estaba la talla,
que a su arbusto había vuelto,

Tomó de nuevo la senda,
camino de Valtablado,
teniendo mucho cuidado
por si otra vez se perdiera,
y acabando ya la cuesta,
que precedía a la aldea,
se imaginó la quimera,
que de nuevo no estuviera.
Y así, inquieto el vecino,
de nuevo ojeó su talega,
y hete que no había nada,
y cuál si fuera adivino,
corrió de nuevo a la vega,
y allá la encontró plantada,
recostada entre las rosas,
tan bonita y tan hermosa,
nuestra Madre Inmaculada.

Presa del desconcierto,
se dirigió hacia Beteta,
veloz como una saeta,
a contar lo descubierto,

Alguacil, cura y alcalde,
Hasta el lugar se allegaron,
y a la señora tomaron,
para guardarla en la iglesia.

Con el alba regresaron,
a rezar a la señora,
la sala en que la guardaron,
estaba vacía y sola.

¡Seguro que está en las rosas!
dijo firme el buen Ruperto.
¡No es posible que ande sola,
sentenció el edil del pueblo,
¡mas vayamos a la vega,
que es muy raro todo esto!

Y allí estaba María,
escondida entre las flores,
regalando su sonrisa,
a todos los corazones.

Levantemos una Ermita,
y sea nuestra patrona,
ésta, la Virgen bonita,
que apareció entre las rosas.

Y desde entonces se reza,
por la noche y por el día,
y se acude en romería,
hacia la ermita dichosa,
de acoger entre sus muros,
a la Virgen de la Rosa,
la Flor de la Serranía.


José Carlos López Martín



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